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"Tengo ganas de que no pase el tiempo" - Revista Nueva

Entrevista al oscarizado actor argentino Guillermo Francella.

En el largometraje número treinta de su carrera, Corazón de León, el actor Guillermo Francella interpreta a un hombre muy bajito. Pero la sensación es otra en su vida privada: se siente a la altura de la madurez. Hay satisfacción. Por eso quiere frenar la marcha del tiempo.

Guillermo Francella mide 1.36 centímetros de altura. Es, en realidad, el nuevo envoltorio que luce en Corazón de León, la película de Marcos Carnevale que se estrena en Buenos Aires el próximo 13 de agosto. El actor argentino (que ya no necesita presentaciones) da vida en esta ocasión a un hombre de baja estatura que, por 40 centímetros, debe mirar al mundo desde abajo.

Pero en el barrio porteño de Palermo, esta tarde gris de charla, Francella es el de siempre, con sus proporciones normales. Tenerlo enfrente es extraño: es uno de los rostros más populares en la Argentina (probablemente el comediante más cotizado) y, al mismo tiempo, un tipo convencional tras su camisa a cuadros y los jeans que viste, desenfadado. Es extraño porque sus famosos ojos azules hipnotizan, sí, pero nada alrededor se inmuta en realidad. El vestíbulo del edificio donde vive es un fondo estándar en la conversación. Y a la vez, uno tiene delante años de series televisivas, horas y horas de teatro y una treintenta de películas (entre ellas, El secreto de sus ojos y el Oscar de 2010). Y también hay, simplemente, un hombre de 57 años que se acomoda el pañuelo azul sobre el sofá. Todo en simultáneo.

En tu último proyecto, te achicás en la gran pantalla ¿Cómo fue la experiencia?

Corazón de León es una película interesantísima, en la que interpreto a León. El personaje tuvo un problema con la glándula pituitaria que le impidió crecer en estatura, aunque no a nivel intelectual o profesional. A pesar de su metro treinta y seis construyó una vida hermosa: se casó, tuvo un hijo, es un arquitecto exitoso… Pero ahora está solo. Y de eso habla la película: de qué sucede cuando una persona se vincula sentimentalmente con alguien diferente. De qué pasa con la mirada de los otros, con los prejuicios…

Fue un rodaje diferente por las características del personaje, de León ¿cuánto tiempo duró?

Siete semanas de rodaje. No fue sencillo, pero fue interesantísimo: había que actuar con encuadres diferentes, a veces arrodillado, mirando al interlocutor hacia arriba, había dobles enanos... Pero el trabajo más fuerte en la película fue el de posproducción. El equipo de Marcos Carnevale estuvo casi cuatro meses editándola. Usaron los mismos softwares que en El Señor de los Anillos. Y el resultado es extraordinario. La vi terminada hace unos días y lo lindo es que a los diez minutos ya te olvidás del efecto digital, del achicamiento, y la historia te atrapa, más allá del enanismo artificial.

¿Cómo viviste en tu propia piel eso de ser diferente al resto?

Bueno, León está muy entrenado para manejarse en la vida. Entiende que su sola presencia a veces genera rechazo y sabe perfectamente cómo manejar la situación. En la película conoce a una mujer, a través del celular, y cuando se encuentran en un bar, en persona, ella se pone muy nerviosa. Nadie puede disimular. “No es nada grave”, le dice él, y enseguida empieza a desplegar una seducción enorme. Su personalidad es muy atractiva por donde se la mire. Genera una corriente de afecto al instante.

¿Es difícil ser diferente?

Sí. La sociedad acá es prejuiciosa, hay sexismo, exitismo…Y eso genera un gran temor a la reacción del otro.

Vos, en cambio, sos una persona carismática, y seguramente nunca has tenido dificultad en la interacción. ¿Siempre fue así?

Sí, desde chico. Me manejé muy bien socialmente. Tengo esta cosa natural. Es innato. Y tiene que ver también con la personalidad de mi familia. Mis padres siempre fueron también muy extrovertidos, mi hermano igual. Nos vinculamos sin trabas, gracias a Dios.

Esta facilidad que tenés te ha impulsado en lo profesional. ¿Cómo llevás la popularidad?

Mirá, ya aprendí a convivir con ello. La mitad de mi vida, prácticamente, fue de un anonimato absoluto. Y la otra, de popularidad absoluta. Los dos mundos los conozco muy bien. Y confieso que lo disfruto. Lo que me exterioriza la gente es de tal afecto, de tanta devolución, de buena onda… me da felicidad, y también me doy cuenta que genero felicidad en los demás.

Parece que siempre estás sonriendo. ¿Cuando cerrás la puerta de tu casa también?

Tengo felicidad. Soy un hombre feliz. Lo llevo todo para el lado del humor. Tengo mis días malos en que me caigo, en que me deprimo un poquito… a veces no hay un motivo, pero estoy con menos energía o algo más triste. O tengo esas cosas medio melancos de ir para atrás y recordar pérdidas. También me gusta el silencio y estar solo. Pero por lo general mi estado de ánimo es muy arriba.

¿Y qué es lo que extrañás en esos momentos más bajos?

Mi padre, que no lo tengo… nada… el paso del tiempo, el inexorable paso del tiempo.

No será la última vez, durante la entrevista, que Guillermo Francella menciona el paso del tiempo. Más tarde, se notará que en realidad es lo único que le perturba ligeramente. Francella, como él dice, es un hombre feliz, que lo único que desea es que el presente dure para siempre. Con este tono más profundo de la entrevista, el actor sigue desmenuzando sus reflexiones. Y lo hace con esa característica tan suya de alargar las vocales lo que dan, de susurrar por momentos, y de alternar agudos y graves. Modula la voz como si fuera de plastilina, y escucharlo es ver montañas de colores que suben y bajan. Lo único diferente, ahora, es que con su paisaje no quiere hacer reír a nadie.

¿Con qué soñás?

Con conservar lo que tengo. Tengo una familia muy linda, la que formé y la que heredé; una mujer que es mi compañera (hace 25 años); un trabajo que amo… Quiero mantener todo eso en orden.

Si pudieras hasta ahora, ¿qué errores corregirías?

Ser menos impulsivo, ser menos ansioso. Me gustaría ser más relajado en todo y no lo soy. Poder vivir de un modo en que no me pase naaaada, que todo fluya… y eso me cuesta. Soy muy temperamental. Y vivo muy intensamente todo.

¿Qué ha sido lo más difícil?

No tengo episodios de cosas difíciles en mi propia vida. Lo reconozco. Lo más desgraciado que me ha ocurrido fue perder a mi padre. Eso me marcó para toda la vida. Yo tenía 26 años y me mató anímicamente.

Entiendo. ¿Creés en Dios?

Sí.

¿A qué le temés?

Al deterioro, a la muerte.

¿Qué te saca?

La impuntualidad, la desidia, la inoperancia.

¿Qué hacés por los demás?

Por los que quiero, mucho. Por los que no conozco, no sé qué hago… Pero creo que mi función laboral atenúa los malos momentos, aunque sea por un ratito, porque genero cosas que despiertan risa, alegría.

-“Holaaaa”.

La que saluda, de pronto, es Johanna, la hija menor de Francella. Durante la entrevista, la puerta del hall del edificio se abre de vez en cuando porque hay vecinos que entran y salen. Entre el sofá de cuero negro y la mesa desnuda de la sala, ahora saluda Johanna, suave y cordial. Tiene 19 años, pero podrían ser quince. “Subo, pá. ¿subís después?”. Ella, al igual que su hermano mayor, quiere dedicarse a la actuación. Nicolás, de hecho, formó parte del elenco de la película Corazón de León, en la que interpretó lo que en la vida real lleva haciendo hace 22 años: ser el hijo de Guillermo Francella. Por eso, en las entrevistas, y al igual que hace su padre, pregona la buena relación filial, la cercanía y la confianza que hay entre ambos. “A mis hijos les llamo tres veces al día”, dice el jefe de la familia. “Bueno, tres veces es una manera de hablar”, completa, inclinando la cabeza a la derecha con un pequeño golpe seco. Y lo que se sobreentiende es lo que ya dijo antes. Que es un padre “muy presente” y que a sus dos hijos no les dejó de prestar atención ni un solo día.

Remata con un “Siempre fui muy padrazo, hasta de mi propia madre”, para empezar a hablar después sobre el teatro (“uno de los géneros que más me gusta”) y sobre los nuevos proyectos: a partir de abril de 2014 protagonizará junto con Adrián Suar un remake de la comedia Dos Pícaros Sinvergüenzas (en la versión original actúan Steve Martin y Michael Caine). Y más cerca en el tiempo -ya habrá empezado el rodaje-, participará en el largometraje El Misterio de la Felicidad, de Daniel Burman. Hablamos también de la pantalla chica, aunque él puntualiza que no es “un hombre de la tele”, sino “un hombre que hizo mucha tele durante tres décadas”.

“Hoy repiten todo lo que yo ya grabé. Y eso es lo que quiero evitar: volver a la tele. Me tienen en el aire cien horas mensuales. Entonces no me dan tantas ganas de venir con algo nuevo. Me gustaría que hubiera una pausa y después volver con algo con fuerza. Como fue El hombre de tu vida, el último ciclo que hice con (el director Juan José) Campanella”.

Dice la sinopsis de la serie que Hugo Bermúdez, su protagonista, está afectado por la crisis de la mediana edad. ¿Cómo se pasa ese momento?

Bueno, a veces es más complicada para algunos que para otros. Yo la viví de un modo medio atenuado, fue mayor la de los 40 que la de los 50. Pero las atravesé bien. Creo que tiene que ver un poco con cómo es tu presente, si te sentís productivo o si te sentís medio una ameba. Y yo, claro, siempre tengo esta cosa de la zanahoria y el burro, de buscar o generar lo nuevo, que es tan atractivo. Eso logra moderar la pseudo crisis que pueda haber. Pero, sí, el tiempo, el tiempo… Volvemos a hablar de lo mismo. Tenés ganas que no paaaase. Evitar que haya un deterioro físico, mental… Me gusta tener esta lucidez y esta rapidez que tengo siempre. Ojalá no merme… pero va a mermar.

---Francella y sus mujeres---

Si hubiera otra vida, ¿qué te gustaría ser?

Tendría que ser algo diferente, para transitar otra cuerda y ver qué pasa.

¿Hombre?

(Piensa) Sí, hombre hombre.

Te gustó.

Me gusta mucho el universo masculino. Y el femenino lo entieeeeendo, pero somos de planetas diferentes. Me llevo mejor con el mundo masculino.

Habría que especificar: no es lo mismo ser hombre argentino que hombre sueco.

(Risas). En eso tenés razón.

Guillermo Francella es encantador: su magnetismo atrapa. Te hace sentir bien. Por eso la entrevista trascurre veloz y, por momentos, no es más que una charla amena. Expone, pregunta, interrumpe, se interesa y habla de varias cosas, entre ellas, del otro género: la mujer.

“Reclaman y reclaman. Nosotros, los hombres, no somos así. Dicen que la mujer habla 20.000 palabras por día, ponele, no me acuerdo bien. El hombre, 6.000, pero 5.900 ya las gasta en la calle, así que, en casa, ya no quiere hablar. Entonces, cuando llega, le dice a ella Quieta, quieta, no empecés a joder. Y ella: ¿Qué te pasa? Él: No me pasa nada, no me hinchés las pelotas. Ella: ¿Qué te pasa? Él: Nada. El hombre se mete en la cueva y al ratito sale: ¿Qué comemos? ¿Me entendés? En realidad no pasa nada, pero ellas lo viven todo de otra manera. Qué sé yo”.

Francella tropieza con el estereotipo de la mujer que tantas veces se vio representada en algunas de las series que protagoniza. Casados con hijos, por ejemplo, es una repetición machacona de la imagen de la esposa irritante, de la madre superficial (que en este caso interpreta Florencia Peña). Su antagonista posible (Érica Rivas) es la vecina desequilibrada y alcohólica.

Pero el cliché no es nuevo. De hecho, la versión argentina es una copia adaptada de la serie estadounidense Married… with children. La única diferencia sustancial es que mientras que la cinta nacional se estrenaba en 2005 (en Telefé), la original lo hizo casi veinte años antes, en 1987.

Con todo, el Francella de nuestra entrevista continúa seduciendo a las mujeres, como lo hace con el resto del mundo, que se rinde a su talento. Y para esa tarea sagaz utiliza, naturalmente, su arma más infalible: el humor.

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