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Adultos en miniatura - Revista Caras y Caretas

La infancia se acorta y el mercado se sobreexcita con la idea de nuevos compradores. ¿La alarma? Mensajes sexuales omnipresentes y sin filtro, que distorsionan la realidad y confunden a los más pequeños

Pili contorsiona la cadera, aprieta la sonrisa y abre mucho los ojos. Está en pausa, porque es el final de su playback de Shakira (“oye papi, vuélveme loca, aráñame la espalda y muérdeme la boca”). Su madre la aplaude complacida y Pili desarma la postura y revisa la minifalda, los labios pintados, y se pierde en el pasillo, complacida, trasteando su celular rosa al ritmo del tac-tac de sus tacones. Tiene 7 años y es “toda una mujercita”.

Las Lolitas del siglo XXI son así: Despiertas, independientes y coquetas. Sobre todo ellas, pero ellos también: la infancia se desdibuja y las escuelas se llenan de adultos en miniatura. La reacción de los más grandes, que comparan su niñez con la actual, es de estupor; y la sociedad, los expertos, buscan las causas del nuevo comportamiento para poder gestionar mejor este fenómeno que planea entre la madurez y el candor. ¿Qué pasa con nuestros hijos? ¿Son producto de la estimulación externa o se trata de una evolución natural? Ambas opciones parecen ser buenas.

Por un lado, los científicos legitiman lo que salta a la vista: la pubertad llega cada vez más temprano, en general entre los 8 y los 14 años. Un informe elaborado por la UIAD, la Agencia Estadounidense para el Desarrollo, apunta que la edad de la primera menstruación ha bajado a un ritmo de tres o cuatro meses por decenio desde 1850. Pero no sólo es el cuerpo el que se desarrolla antes. María José Torres, psicóloga transpersonal especialista en niños con capacidades especiales, asegura que en lo emocional y en lo intelectual también tienen más habilidades.

En el otro extremo está el mercado, que, atento a los cambios, incide en el comportamiento porque estimula y exagera lo que ve. Lo potencia para conseguir nuevos consumidores. Si bien en el pasado, los publicistas segmentaban la sociedad en niños, adolescentes y adultos, en la actualidad varios grupos específicos completan el espectro. Son, por ejemplo, los “geek” –los tecnoadictos-, los “Bobos”, burgueses y bohemios, o los “tweens”.

“Tweens son los preadolescentes” –describe en su web HSM, que suministra contenido para la dirección y gestión empresarial- “demasiado maduros para considerarse niños, pero muy pequeños para ser adolescentes. Tienen mucha prisa por crecer y sus modelos de referencia son dos o tres años mayores”.

Con el target definido, se consolida un nuevo marketing, el infantil, que resulta muy rentable (en Latinoamérica este nicho de mercado se valora en 1.300 millones de dólares anuales, de los cuales 500 millones corresponden a la Argentina) porque los chicos son además tres mercados en uno: en primer lugar son consumidores directos (y buenos ahorradores), luego ejercen presión en las compras familiares (con la “técnica del cargoseo” o pester power) y, por último, constituyen un mercado futuro, muy conveniente de captar a una edad temprana.

Por eso es importante saber cómo piensan y actúan. En Argentina, la empresa de investigación de mercado Markwald, La Madrid & Asociados realiza, entre otros, el estudio Kiddo’s, que proporciona un diagnóstico sobre el comportamiento de niños latinoamericanos de entre 6 y 11 años. Averiguan cuántos de ellos quieren ir a la universidad, en qué invierten su dinero propio, quién lee libros, navega por Internet o si miran solos la TV. Una radiografía completa de sus hábitos de consumo que venden luego a clientes como Cartoon Network, McDonald’s, Pepsi, Disney Chanel, Discovery Kids o Kraft.

Si los niños cambian y el mercado acompaña ¿vamos por buen camino? Los expertos dicen que no. “El estímulo que reciben los más pequeños no busca armonizar la transformación. Lo que busca es potenciar el consumo”, asegura la psicóloga Torres. “Esto se refleja en las escuelas, donde niños y adolescentes -­el blanco de las campañas- compiten de forma feroz por la ropa, las marcas… lo material. Y el mensaje que les martillea a todas horas es lo que tengo es lo que valgo y el baremo por el cual se me valora”.

En este punto el modelo fracasa. Porque la fórmula engorda la economía de las empresas pero deja enclenque la autoestima de los más pequeños, que tasan su bienestar según los bienes que poseen.

Sexo persistente

Pili juega en el jardín con Martín. Le sonríe, le toma de la mano, le toca el pecho, le brinda una lenta caída de párpados. Quiere juguetear con él. Si retrocediéramos en el tiempo, probablemente ambos estarían pintando monigotes de colores concentrados en el papel. Pero algo se quebró en la concepción clásica psicoanalista de la sexualidad: si bien Freud establecía un período de latencia, de pausa sexual, de los 6 a los 12 años, este período se remplazó, según los especialistas, por una continuación de la exploración sexual.

Exacerbada, además, por la estimulación continua de los medios de comunicación, que dan una visión distorsionada del sexo, una versión banalizada del contacto.

El cuerpo, la estética, se convierte en una variable básica en esta ecuación. Se ilustra en la película Miss Sunshine (2006), que relata un concurso de belleza infantil con preadolescentes de peinados ahuecados, pestañas postizas y glamurosos vestidos de noche. En la vida real, los niños ya no sólo piden celulares para el cumpleaños, también operaciones de estética (“todo el mundo lo hace”, dice una niña en un foro de Internet) y… hasta inyecciones de Botox. La británica Kerry Campbell admitió en mayo pasado recurrir a este sistema para que su hija de 8 años fuera “más competitiva” en concursos de belleza.

Ante este panorama, algunos países están tomando cartas en el asunto; y el Reino Unido es uno de ellos. El informe gubernamental Sexualización y gente joven, dado a conocer este 2011, establece las consecuencias a largo plazo de esta presión social y mediática que encumbra al cuerpo: “es perjudicial someterse a un mensaje constante con mujeres perfectas. Ellas sienten que no llegan al modelo, que no son bastante, y eso afecta a su físico y a su estado emocional”. La consecuencia inmediata es la baja autoestima, que puede derivar en depresión o problemas mentales (anorexia o bulimia, entre otros), y que a su vez genera relaciones nocivas con el entorno.

Por eso, el texto recomienda una serie de medidas (que en poco tiempo podrían convertirse en obligaciones legales), tales como frenar la venta de ropa de corte adulto, vigilar los videos musicales y facilitar el bloqueo de contenidos de Internet (“un medio que ejerce una altísima presión comercial sobre los menores”).

Al margen de la industria, en lo doméstico, los expertos claman por una mayor contención familiar que contrarreste el estímulo social. Y alertan de la ineficiencia actual de la educación en su rol de proteger a los niños, de transmitirles valores sólidos sobre los que construir personas consistentes. “Debemos priorizar el desarrollo interno para que los chicos puedan alcanzar su máximo potencial”, concluye Torres. “El paradigma del futuro necesita subrayar que el ser pasa por el ser, no por el tener. Sólo así podremos evitar futuros adultos eunucos mentales”.

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